20 julio 2008

Dancing in the dark

De repente me encuentro sola en medio de un montón de gente. Gente que viene y va, gente que no se detiene, que no pregunta, gente que va con prisa [blood brothers in the stormy night with a vow to defend]. No oigo nada, ni tan siquiera el sonido de mi respiración. Trato de decir algo pero las palabras no salen de mí, sacudo mi cabeza tratando de poner un poco de orden pero lo único que consigo es desorientarme aún mucho más. Me asusto y quiero llorar, necesito sacar ese miedo que me paraliza en medio de ese mar de pies que no paran, pero tampoco puedo. Respiro hondo y grito, grito con fuerza tratando inutilmente que alguien me escuche. Doy vueltas pero no consigo encontrar mi camino, un laberinto de pasillos y escaleras me lleva cada vez más lejos de una puerta que no consigo alcanzar [you say you're tired and you just want to close your eyes and follow your dreams down]. Sigo caminando y allá a lo lejos alguien me señala el camino, y casi sin pensarlo echo a correr hacia él. Todo se vuelve oscuro y de una puerta sale una luz immensa que me rodea y me tranquiliza. Los sonidos vuelven a mí [i can feel my heart begin to pound] Esta es mi puerta, la 244, una puerta que me descubre algo inesperado.

Porque allí, al final de ese mar de gentes enloquecidas veo a un viejo rockero haciendo vibrar a miles de personas, en un auténtico e ininterrumpido espectáculo de tres horas. Ya todo el miedo y toda la incertidumbre se desvanecen al son de una canción que me pide algo [no retreat, no surrender]. Alguien a quien apenas conozco me hace saltar, cantar, gritar y emocionarme [with these drums and these guitars], pero también con su armónica, con su banda, con su carisma y con su incombustible espíritu. Son esas cosas que pasan a veces con los desconocidos. Sin querer que se acabe, sin creer que eso pueda ocurrir, el escenario se queda vacío y mientras el sonido se apaga y las luces se encienden, allí en medio de la multitud, cierro los ojos y vuelvo a sentirme acompañada y pienso que esta vez sí ha valido la pena. Redoble de tambores y fin de la función.

Una moto pasa a todo velocidad y me despierta. Abro los ojos pero ya no estoy en ese estadio, ni está el viejo rockero dirigiendo a su banda. Estoy en mi cama, sola, sin nadie que me acompañe y veo a través de la ventana una ciudad que también se vuelve a sentir esta mañana un poquito sola. El sueño acabó, él ya no está y siento que quiero dormir de nuevo, que quiero volver a soñar [I want to sleep beneath peaceful skies in my lover's bed, with a wide open country in my eyes and these romantic dreams in my head]


06 julio 2008

Perdida en mi habitación

Acabo de venir de la playa, y todavía con el olor de la sal en la piel y un poquito de arena entre los dedos de los pies, trato de soportar este calor pegajoso y molesto que hacía tiempo no sentía. Hace un par de noches que me cuesta dormir, todo me sobra y ni la leve corriente de aire nocturno que entra por mi ventana consigue alivianar mi sofoco. Quizás me haya acostumbrado demasiado al clima mesetario, a dormir cobijada por mi jarapa mexicana en pleno mes de julio, a no notar las gotas de sudor resbalando por mi espalda, a ver mis rizos bien colocaditos, uno al lado del otro. En Barcelona todo cambia, todo mi orden se altera. Pero no hay queja.
Cuando llegué el viernes no había nadie en la casa. Al volver a entrar en mi habitación, tuve una extraña sensación de melancolía, ahí estaba ella, toda llena de recuerdos, de fotos, de libros, tal y como siempre yo los he dejado. Es esa manía que tienen las madres de no tocar nada, de dejarlo todo tal y como está, esperando que sus hijos regresen y la vuelvan a llenar de vida.
Es como si en ella no pasara el tiempo, pero sí que pasa. Todavía recuerdo el día que la estrené, y la llené con mis juguetes, mis libros de la escuela y mi uniforme de las monjas que dejé colgado detrás de la puerta. Luego la decoración fué cambiando a medida que me iba haciendo mayor. Los pósters de Snoopy dieron paso a los de Eros Ramazzoti y Sensación de Vivir y éstos a su vez a Bon Jovi y su banda de melenudos. Los peluches fueron desapareciendo poco a poco para ir dejando sitio a los libros que empezaban a acumularse ya en las estanterías. Y cómo no, los recuerdos de mis primeros viajes que siguen estando ahí, como mi foto tomada en Times Square en Nueva York, símbolo de aquella libertad que recién había estrenado. Mi primer viaje sola, una primera aventura que tuvo lugar en una Nueva York distinta de la que hay ahora, y de la que me pude traer una auténtica "mug" neoyorquina comprada en el piso 110 de una de las torres gemelas. Ahí están también el yembé de Túnez, la torre de cd´s con auténticas joyas de los 90, los álbumes de fotos, la bicicleta que nadie usa y la vela a medio consumir que ni recuerdo desde cuanto está ahí. Muchas son las noches que me pasé sin dormir, estudiando para la selectividad, llorando por algún mequetrefe, recogiendo mis cosas la primera vez que me fuí de casa ... Y es que todo son recuerdos en esta habitación, algunos buenos, algunos malos. Recuerdos que darían para un libro ... tragicómico como pocos.